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Poder Cívico
En contra de los privilegios, el abuso de poder y las decisiones arbitrarias
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El Rol Institucional de la Mediocridad

Por Javier Szulman

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En la campaña actual ha reinado la vulgaridad: una candidata a diputada dio a entender que si ella ganaba iba a haber más sexo para sus votantes, mientras evitaba hablar de inflación o de inseguridad; la Ministra de Seguridad de la Nación dio a entender que los crímenes y vejaciones violentas agregan un componente “divertido” a la vida; el Presidente dijo que cree en el debate abierto de la política mientras trataba de defender un burdo intento de adoctrinamiento en una escuela del conurbano.

Esas palabras que generan un profundo rechazo en la opinión pública -hay más ejemplos que podrían mencionarse- pueden parecer irracionales pero, en realidad cumplen con un propósito: generar confusión y quitar del foco de la agenda pública a las cuestiones de mayor importancia -cómo se lucha contra la corrupción, contra la pandemia, contra la inflación o el narcotráfico-.

Mientras cambian el foco, logran también un segundo objetivo, propio de la maquinaria de propaganda fascista que ayuda a los populistas -es decir, los demagogos con voluntad tiránica-. Se trata de la  técnica de propaganda de la “gente común”, que busca persuadir al público que ellos y sus ideas son "del pueblo". Se sacan la corbata y se visten de manera desaliñada para verse como gente sencilla (los descamisados). Pueden usar palabras vulgares (insultos, palabras referidas al sexo, y otros). Intentan hablar como otros lo hacen de manera cotidiana. Con esta ilusión de realismo, el televidente los percibe -falsamente- cercanos y hasta sinceros. Con este dispositivo se genera la ilusión que existe un vínculo entre ellos, que son comprendidos y que van a representar sus intereses.

 

Pero, inclusive, la mediocridad tiene objetivos ulteriores. Recordemos cómo, recientemente, hubo una polémica sobre la meritocracia donde el partido que hoy gobierna la Argentina atacó al concepto que busca reconocer a quien se esmera, de darle una mayor capacidad de impacto en la sociedad a quienes se han vuelto especialistas y tienen mayor conocimiento. La razón de ello es que la mediocridad cumple un rol institucional para ellos: al mediocre se lo maneja fácilmente. Y, en algunos casos, ni siquiera es necesario manipularlo: como seguramente no sepa cuáles son las atribuciones de cargo, o cuáles son todas las herramientas que tiene a su disposición para actuar, el funcionario mediocre le dará vía libre a otros -aún sin saberlo- para que cometan toda clase de abusos de poder.

Necesitan de la mediocridad para desmontar gradualmente cada uno de los órganos de contralor. Así lo han hecho durante años. Un ejemplo reciente es el de la Oficina Anticorrupción que dejó de tener un rol activo en los juicios contra la corrupción -ha dejado de ser querellante-.

La noticia que Victoria Donda ofreció un puesto en el Estado como parte de pago por una deuda personal para una empleada doméstica a quien no le había pagado las cargas sociales, ni horas extras durante quince años. Si bien fue un escándalo, al mismo tiempo, era una situación esperable. Y ello sucede porque el otorgamiento de empleo público se realiza a dedo. Victoria Donda dijo, a modo de excusa por el ofrecimiento, que en la institución donde ella tiene un rol ejecutivo -el INADI- ella misma toma a “mucha gente” que conoce personalmente.

Una manera de limitar la mediocridad dentro del Estado es a través de un sistema de selección que ya existe en la Argentina y es utilizado por la Cancillería desde hace décadas. Para ingresar al ISEN -Instituto de Servicio Exterior de la Nación- se debe primero rendir varios exámenes, complejos y e intensos, para los que hay una sana y fuerte competencia entre sus aspirantes. Quienes ingresan reciben dos años de instrucción mientras cobran un sueldo para mantenerse. Quienes superan exitosamente ese proceso entran a una base de datos desde donde pueden ser asignados a distintos puestos según el mérito, su área de experiencia, su vocación. Así, se planifica con tiempo para cubrir todos los puestos que vayan a ser necesitados. Ya no se puede elegir más a dedo. O, al menos, queda fuertemente restringido su uso. Esto puede aplicarse a gran escala en el Estado nacional, como también a nivel provincial y municipal.

Pero independientemente de lo que suceda en el Estado, es vital también lo que suceda en la sociedad, que es quien elige a sus representantes y debe exigirles que rindan cuentas. La mediocridad nos afecta a todos y puede verse, por ejemplo, en los medios de comunicación. El proceso de farandulización de la política –es decir, que se banaliza como si fueran asuntos de la farándula, y donde sólo interesa quiénes se pelearon o amigaron, qué se dijeron, quién es la nueva pareja, etc.- afecta profundamente a nuestra capacidad de decisión sobre qué candidato votar. Pero los medios transmiten lo que creen que va a vender, es decir, lo que creen que nosotros vamos a consumir. Difícilmente un profesor de filosofía política, o uno de argumentación y lógica o de ética, tendrían suficiente rating para mantener un programa de televisión. Al mismo tiempo, el mayor nivel de rating sostenido durante las últimas décadas ha sido para Tinelli, alguien que llevó a la vulgaridad, la banalización y hasta el machismo a nuevos límites previamente desconocidos para los argentinos. Y eso lo perciben los medios de comunicación -y también los políticos-.

Si mostráramos un interés genuino en el análisis de políticas públicas tanto los medios como también los políticos exhibirían un cambio concreto. Por ello, primero debemos cambiar nosotros mismos.

Debemos tener en claro que la confusión, el caos, y la improvisación -producto de la falta de planificación y de funcionarios poco competentes- facilitan la falta de control, la arbitrariedad de las decisiones -para las que se genera una urgencia artificial- y el abuso de poder. Para pelear de manera efectiva contra la corrupción se debe luchar contra la mediocridad -propia y ajena-. Debemos hacer un esfuerzo para mantenernos atentos, prever, planificar y actuar de manera efectiva para proteger a la República. 

Una sociedad mediocre no logrará jamás forjar un futuro mejor. Está en nosotros si queremos transformar nuestro país -y a nosotros mismos- para lograr el futuro que soñamos. 

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